
Abracé un árbol, mi árbol preferido, el que más contuvo mis miradas. En él agradecí a la conciencia del campo tanto tiempo vivido en el lugar, tantos meses de toda mi vida.
Fue el lugar de las revelaciones. El de la eterna imágen de las sílfide bajando brillante y hermosa desde el aire al sólido refugio del gran bosque, justo antes de que el sol se fuera del día. El de la escurridiza comunidad de seres mágicos con su presencias inesperadas entre el follaje y sus casas construidas tras los ojos.
El lugar al que me tocó decir adiós ...o tal vez hasta pronto. En algún lugar de la conciencia, entramado entre el pasado y el presente, construido en mundos invisibles, en el juego dimensional de nuestros pasos ha quedado para siempre establecido. Aún allí el alba se puebla de rocío, el telar de la araña vibra al viento, aún escucho el balar de los corderos y a los lejos las gaviotas en el río.
Fue, como dije, mi lugar en el mundo y ahora se ha vuelto mi lugar en la vida.
Me despedí abrazando a un árbol y al tomar su recuerdo en una foto, hubo un leve movimiento en el aire, un sutil agitarse de energías señalando el arribo de presencias invisibles.
Vino, tal vez, un rey ( las esferas doradas son en ese mundo símbolo de realeza o sacerdocio) y más lejos asomó la cabeza de un dragón real, de un buen y sabio dragón, símbolo universal de sabiduría. Esta es mi interpretación, esto es lo que siento al verlos.
Todo un mensaje .
Hoy 7 de junio, día en que cumplo 62 años y en el mismo momento en que se están rematando en el amado campo las queridas cosas, comparto esto contigo, porque esta despedida no tiene que ser triste. La siento más bien como un regalo real de cumpleaños, lleno de sabiduría , de los que sólo algunas veces nos entrega el universo