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sábado, 7 de junio de 2014

El regalo del Rey y del Dragón

 

Abracé un árbol, mi árbol preferido, el que más contuvo mis miradas. En él agradecí a la conciencia del campo tanto tiempo vivido en el lugar, tantos meses de toda mi vida.


Fue mi lugar maestro, el de tantos aprendizajes, mi lugar en el mundo. El de la contemplación y de las meditaciones. El de las vivencias sonoras o silenciosas. El portador de caminos interminables a pleno sol en tierra abierta o en la suavidad mágica y umbría de los callejones. 

Fue el lugar de las revelaciones. El de la eterna imágen de las sílfide bajando brillante y hermosa desde el aire al sólido refugio del gran bosque, justo antes de que el sol se fuera del día. El de la escurridiza comunidad de seres mágicos con su presencias inesperadas entre el follaje y sus casas construidas tras los ojos.


El lugar al que me tocó decir adiós ...o tal vez hasta pronto. En algún lugar de la conciencia, entramado entre el pasado y el presente, construido en mundos invisibles, en el juego dimensional de nuestros pasos ha quedado para siempre establecido. Aún allí el alba se puebla de rocío, el telar de la araña vibra al viento, aún escucho el balar de los corderos y a los lejos las gaviotas en el río.


Fue, como dije, mi lugar en el mundo y ahora se ha vuelto mi lugar en la vida.


 Me despedí abrazando a un árbol y al tomar su recuerdo en una foto, hubo un leve movimiento en el aire, un sutil agitarse de energías  señalando el arribo de presencias invisibles.



 Vino, tal vez, un rey ( las esferas doradas son en ese mundo símbolo de realeza o sacerdocio) y más lejos asomó la cabeza de un dragón real, de un buen y sabio dragón, símbolo universal de sabiduría. Esta es mi interpretación, esto es lo que siento al verlos.

Todo un mensaje .



Hoy 7 de junio, día en que cumplo 62 años y en el mismo momento en que se están rematando en el amado campo las queridas cosas, comparto esto contigo, porque esta despedida no tiene que ser triste. La siento más bien como un regalo real de cumpleaños, lleno de sabiduría , de los que sólo algunas veces nos entrega el universo


lunes, 5 de mayo de 2014

Un encuentro con el mundo invisible.


Se cuenta que desde tiempos inmemoriales existe un mundo invisible: el reino feérico, el país borroso, donde habitan la "gente pequeña", los seres elementales de la naturaleza. Se cuenta también que algunos seres humanos los han visto e incluso han interactudado con ellos; y aunque estas tradiciones parecen haber nacido en Escandinava  y Europa, en Sudamérica y a lo largo y ancho de nuestro país-Argentina- se conocen infinidad de historias y relatos sobre estos seres tan relacionados con la tierra y la naturaleza.

 A través de los años he recogido experiencias que me relataron diferentes personas: recuerdo una muchacha que durante su infancia convivía con un duendecito en su habitación, pero contarlo a sus padres le trajo más trastornos que otra cosa: psicólogos, incomprensión, etcétera; recuerdo un hombre de campo y sus historias en las serranías cordobesas.


 Antes de centrarme en el caso que quiero narrar, unos detalles: los estudiosos de estos temas dicen que en la infancia y hasta la pre adolescencia, muchas personas tienen una "sensibilidad" o "capacidad" especial para poder entrever estos mundos invisibles, por no estar tan contaminadas por lo mundano y lo material de la existencia de los adultos o de lo que un pensador llamó "esa mediocre resignación que algunos llaman madurez".


 Yamila recuerda que cuando tenía 12 años (hoy tiene 21) regresaba una noche de invierno a su casa de la calle Sófocles, en el barrio 25 de Mayo (Localidad de Moreno, Pcia. de Buenos Aires), junto con sus padres. Estacionan su automóvil frente al portón de entrada donde a su derecha tienen un árbol frondoso y siempre muy verde. Ella desciende para abrir dicho portón, el auto entra, las ramas del árbol se bambolean por el envión del coche, Yamila las corre para que no rayen la carrocería y cuando cierra el portón ve a su derecha, con el rabillo del ojo, muy cerca de su perfil derecho, una "cosita" chiquita dorada, bien brillante que volaba como un colibrí con sus piernitas hacia adelante y parecía haber salido desde lo oscuro del árbol hacia su oreja; Yamila voltea rápidamente su rostro y logra ver con más detalle lo que le pareció una "muñequita" como de 10 centrímetros con alas muy grandes que regresó volando en zig zag hacia el árbol y desapareció entre sus ramas. Sorprendida, le comentó a su mamá lo que había visto. Hoy en día su madre, aunque no logró ver nada, recuerda el comentario exaltado de su hija en esos momentos. Yamila dice que nunca había estado interesada en los cuentos de hadas y ni siquiera en las películas de Disney y demás.


 
Recreación del ser diminuto visto por Yamila,  realizada por Joel Crocsel

Tal vez estos seres, si es que existen, a veces sean sorprendidos o decidan ellos a quienes revelarse. Nuestras ciudades industrializadas, con más concreto que espacios verdes, de una fea estética, no parecen ser los lugares más accesibles para entrar en contacto con la "gente menuda". Pero, quién sabe, en algún lugar cercano a nosotros, se encuentre una puerta donde vislumbrar por la pequeña cerradura esos "mundos paralelos" y no sentirnos tan solos.

 
Pablo Basterrechea y Yamila