Peces raros o antiguos mitos, los sirénidos forman parte de uno de los grupos más negados de la zoología moderna. ¿Es posible la existencia de homínidos adaptados a las condiciones abisales?
Por Leonardo Vintiñi - La Gran Época
9 de enero de 1493, registro de bitácora Nº 146 de la expedición de Cristóbal Colón.
Los restos parecían a todas luces un cráneo con aspecto humanoide. Posados en la playa de Kuwait en 1999, fueron recogidos y congelados por un lugareño a la espera de un estudio posterior. Una mandíbula sin dientes, unos cuencos oculares vacíos y parte de una columna vertebral hacían pensar a quien viera al apodado “Monstruo de Fintas” en una suerte de homínido marino. Acaso una sirena.
Negada durante siglos por los hombres de ciencia, la existencia de los míticos sirénidos parece nunca poder borrarse por completo del imaginario colectivo. Ensalzadas en relatos e incluso en registros de valor histórico, la falta de evidencias físicas llevó al enigma de los “hombres-pez” a un punto muerto en la investigación científica.
A pesar de conocer menos del 0,1% de las especies que habitan el océano, la antropología da la espalda a la existencia de aquella especie que pulula tanto en las obras literarias como en relatos recientes. ¿Sano escepticismo o negación a lo desconocido?
De acuerdo a las crónicas, el mismo Cristóbal Colón llegó a observar a tres figuras femeninas asomando sobre la superficie del océano. En otro caso, los registros hablan de una sirena que vivió en Harlem hacia el 1400, que aprendió a hilar más no a comunicarse con el lenguaje humano. Existe incluso la historia arraigada de una mujer llamada Murgen hallada en la costa del norte de Gales, que llegó a recibir el bautismo y a figurar como santa en algunos almanaques del siglo VI.
“El ser vivo capturado esta noche por un grupo de marinos concuerda con las conocidas sirenas” reza en otro caso el cuaderno de bitácora del barco veneciano “Nuestro Señor de las tempestades”, el 28 de enero de 1432. “Es una mujer de cabellos y ojos negros, sus piernas están cubiertas por duras escamas y terminan en una sola extremidad con forma de cola de pez”.
El océano, ese gran desconocido
Cada pocos años, distintas costas del mundo reciben en su seno, cadáveres de animales no clasificados por la zoología. Solo durante el tsunami de Indonesia en el 2004, decenas de especies raras afloraron a la superficie por el movimiento de las placas tectónicas. No obstante, el número de especies marinas desconocidas por el humano tiende a sobrepasar cualquier número imaginado.
Unas 2.000 especies acuáticas “nuevas” son descubiertas cada año desde todos los rincones del planeta. Formas simples (como virus y bacterias) o más complejas (serpientes, tiburones abisales y calamares descomunales) no dejan de sorprender cada mes a la comunidad científica.
Sin embargo, la especie de los sirénidos parece condenada a la no existencia en el campo de la antropología teórica. ¿Existen razones sólidas para fundamentar tal descarte?
De acuerdo a las reglas biológicas conocidas, no existe razón alguna que impida la existencia de una o varias especies de mamíferos marinos como los pinnípedos o los cetáceos cuya existencia haya pasado completamente desapercibida a la luz de la ciencia durante cientos de años. De hecho, la regla general parece indicar que la inmensa mayoría de las especies que habitan las aguas, aún se encuentran muy lejos del alcance del conocimiento humano.
Según las últimas estimaciones realizadas, la ciencia probablemente tardaría unos siete siglos para llegar a husmear en la totalidad de especies que se ocultan en las profundidades del agua, donde la noche es perpetua.
El gran “Bloop” y el homo sapiens de agua
En el verano de 1997 un evento espectacular conmovió a gran parte de la comunidad científica. Los micrófonos submarinos que los Estados Unidos habían instalado durante la guerra fría, detectaron un ronquido ensordecedor que retumbó en la oscuridad abisal frente a las costas de Chile. Durante el lapso de 3 minutos, un quejido, o acaso un llamado, se extendió kilómetro a kilómetro sobre aquella paz ancestral, quebrando el silencio helado.
Según los biólogos marinos, el terrible “aullido” solo podría haber sido producido por la caja de resonancia de un animal gigantesco, por lo menos tres veces más grande que la ballena azul, la especie más grande identificada sobre el planeta. Una criatura descomunal que la ciencia aún no conocía.
Otros ejemplos menos conocidos, como el registro científico de un animal de 60 metros de largo cerca de la “Fosa de las Marianas”, apoyan la existencia de grandes entidades marinas habitando fuera de toda especulación de la biología.
Después de que el “Bloop” tuviera lugar a fines del siglo pasado, muchos científicos tomaron conciencia del escaso conocimiento que se poseía sobre el fondo oceánico.
Según las crónicas, durante la administración de Kennedy, una parte del presupuesto de los EE.UU. fue disputado entre la investigación del espacio y la del océano abismal. Pero la carrera espacial ganó los fondos del gobierno y el océano cayó en un olvido tan profundo como enigmático.
La diferencia de aquella disputa científica celebrada antaño, hoy es evidente: conocemos mucho más sobre la superficie de la Luna que sobre el fondo del océano, del cual apenas se ha mapeado un 3% de su totalidad; decenas de hombres visitaron el espacio (con 12 pisando nuestro satélite), mientras que solo dos llegaron a posarse sobre el punto más bajo del planeta Tierra. Sin embargo, ante la inmensa laguna en los conocimientos que poseemos sobre el universo marino (cuyo 97% ignoramos) y la gran diversidad latente de especies por descubrir, el grupo de los sirénidos parece haber sido deliberadamente excluido de cualquier ámbito científico posible.
Sin existir reglas biológicas impidiendo el surgimiento de especies mamíferas cuya genética y anatomía sean homólogas a las de homo sapiens terrestre, un pariente sirénido podría bien tomar lugar en el inmenso árbol de los organismos no clasificados.
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