domingo, 21 de junio de 2009

Cuando la “Gente Menuda” se deja ver



Un buen amigo de España, el reconocido escritor e investigador José Antonio Iniesta ha querido hacerse presente en este espacio, honrándonos con un artículo de su autoría. Desde aquí nuestro mayor y más cálido agradecimiento.









Cuando la “Gente Menuda” se deja ver

José Antonio Iniesta




Aunque forman parte de todas las culturas del planeta, los elementales de la naturaleza son considerados generalmente como seres fantásticos, propios de la tradición oral, las leyendas y los grandes mitos de la humanidad. Pero para muchas personas, especialmente para quienes se han encontrado con ellos cara a cara, son tan auténticos y reales como cualquiera de los seres humanos. Hay más apariciones de estos seres de lo que muchos podrían imaginar, aunque no sean tan frecuentes como en el pasado, cuando eran considerados parte inseparable de la naturaleza.


Los seres mágicos de la naturaleza, la “Gente Menuda”, cuyas historias nos han llegado a través de infinidad de relatos populares, leyendas y mitos de todos los rincones del planeta, son considerados en la actualidad personajes de ficción. Gnomos, duendes, hadas e infinidad de seres asombrosos, han sido relegados al mundo mágico de los cuentos infantiles y a los lejanos ecos de la tradición oral, cuyas raíces se pierden en el más lejano pasado.

A pesar de todo, diversas investigaciones ponen de manifiesto que estos seres no son tan irreales como imaginamos, ni sus apariciones tan legendarias. Numerosos casos investigados personalmente confirman la existencia de extraños seres, procedentes de ésta u otras dimensiones, que en ciertas ocasiones son vistos por los seres humanos.

Jesús Callejo es sin lugar a dudas el más destacado investigador en nuestro país de los seres mágicos y autor de la “Guía de los seres mágicos de España” (editorial Edaf). Después de seguir su rastro por toda la geografía española y de muchos otros países, hay pocas personas tan cualificadas como él para hablar de la esencia tan particular de estos curiosos personajes. Con motivo de una entrevista que le hice sobre ellos me respondió: “Cuando algo no se puede demostrar con el método científico entramos en el mundo de las creencias. Los elementales han sido relegados al mundo de los cuentos infantiles y por eso mucha gente cree que son irreales y que tan sólo habitan en nuestros sueños. Para mí son seres que tienen la misma naturaleza de los sueños, pero que existen en nuestro planeta, en otros planos de vibración y de existencia mucho más sutiles, tanto que están vedados para los limitados sentidos del ser humano”.

Cuando le pregunté por el lugar donde se encuentran, Jesús Callejo no tuvo reparos en explicarme que “están aquí, en nuestro planeta, en nuestro país, en nuestro jardín e incluso en nuestra propia casa, porque algunos son tan curiosos que quieren conocernos tan de cerca que se alojan cerca de las viviendas humanas. Otros se trasladan junto con la familia a la que han escogido y otros siempre permanecen anclados en el mismo lugar, custodiándolo y protegiéndolo, pero todos ellos en una frecuencia vibratoria que les hace invisibles al ojo humano”.













José Antonio Iniesta y Jesús Callejo


Extraños visitantes

Uno de los muchos casos que he recogido personalmente es el de Concepción Domínguez-Adame, una sevillana que confiesa que esta experiencia es la más extraordinaria que ha vivido en su vida.


Este insólito suceso se produjo en la casa de su amiga de la infancia, situada en el barrio del Porvenir, en la calle Río de la Plata, Sevilla. Había acudido con ella a la salida del colegio y al entrar al florido jardín, ambas se encontraron frente a frente con dos hombrecillos de 30 o 35 centímetros de estatura. Ella tendría entonces unos seis o siete años. Había nacido en 1939 y el suceso tuvo lugar en 1946.

Recuerda, como si fuera ayer mismo, la visión de dos seres físicos de corta estatura que nada tenían que ver con la especie humana. Estaban mirando para otro lado y al darse cuenta de la presencia de las niñas giraron la cabeza hacia ellas. Al verse sorprendidos escaparon rápidamente, introduciéndose por la boca de una canalera de desagüe de agua proveniente de una terraza.

Las niñas se miraron, sonriendo con toda naturalidad y sin temor alguno, pero al momento salieron detrás de los extraños seres, con el fin de cogerlos. Segundos después estaban metiendo la mano, tratando de alcanzarlos en el interior del tubo, que tendría un grosor de unos diez centímetros. A pesar de que el orificio era tan estrecho, los diminutos seres se escabulleron en su interior con toda facilidad.

No le es fácil recordar el atuendo exacto que tenían, pero recuerda que no se les veían los pies. Cree que llevaban casaca y un gorro rojo, no puntiagudo, sino caído hacia un lado. Siendo todavía pequeñas, las niñas intentaron en varias ocasiones encontrar a los hombrecillos, pero nunca más llegaron a verlos.

Los testigos de estos encuentros con seres mágicos viven en el presente, tienen rostro e identidad conocida, como es el caso del matrimonio murciano formado por Antonio Pérez y María Guillén. Son investigadores de fenómenos paranormales. Como me relataba Antonio Pérez, desde niño, y en un hogar murciano del sureste español, comprobó por lo que veía en su familia que la creencia en los duendes era algo normal y corriente. Con los años, ya casado, habría de tener una experiencia que no olvidará jamás. Era una fría noche del invierno de 1987 cuando tuvieron un encuentro directo con uno de estos seres. Se incorporó de la cama para llamarle la atención a quien creyó que era su hija, pues una figura se recortaba agarrada al cabezal de la cuna, dando saltos y chillando con “altisonantes sonidos”. Al escuchar la reprimenda le lanzó una mirada y se calló.

María tuvo que despertarse para hacer que se callara de nuevo. Pero, ya por tercera vez, tuvieron que incorporarse al escuchar el estruendo de las carcajadas de un ser al que no le importaba lo más mínimo que le regañaran y que tenía una pierna a cada lado de la pequeña, quien, inocentemente dormía plácidamente. Es entonces cuando les miró de una forma especial. Al dar la luz para verlo desapareció repentinamente.

María cuenta la sensación que le causó la mirada de la extraña aparición: “A mí lo que me impresionó fue su mirada. No puedo decir de qué color eran sus ojos ni siquiera si los tenía, pero sí percibí una oscuridad en la zona ¿ocular? Lo cierto es que a mí me pareció que me miraba y que eran unos ojos oscuros… No digo que me sintiese en peligro, pero sí que miraba con fijeza, como si estuviese de juerga y de repente se pusiese serio, muy serio. Con esta seriedad y fijeza me sentí mirada… Esto es algo que nunca olvidaré”.

Modesto Mendiola, de Madrid, es también investigador de fenómenos paranormales desde hace más de 25 años, y experto en la obtención de imágenes y sonidos provenientes del más allá. Diversas experiencias han hecho que crea en la existencia de los duendes. En cierta ocasión se encontraba en Colmenar Viejo cuando se le acercó un niño de cuatro años y le señaló un lugar diciéndole que allí había dos duendes. Aunque no pudo verlos, las fotografías que tomó mostraron unos extraños rostros. Su dilatada experiencia en este campo le ha permitido obtener infinidad de psicoimágenes, que permiten ver los rostros de otras dimensiones que el ojo humano es incapaz de ver.

También está vinculada a la investigación la angelóloga Pilar Ortiz, de Madrid, una sensitiva que ha tenido infinidad de experiencias relacionadas con elementales. Uno de estos encuentros tuvo lugar cuando asistía a un seminario de cosmología. De repente escuchó una voz y al girarse se encontró, perfectamente visible para ella, con un ser de medio metro de altura que tenía largas orejas y barba blanca, y llevaba una pipa azul. Vestía un gorro amarillo, unas grandes botas negras y un cinturón con una hebilla enorme. Se identificó como un bibliotecario de un bosque de la dimensión en la que habita, que había venido a nuestro mundo respondiendo a su llamada.

Aunque Pilar pensaba que estaba siendo víctima de una alucinación, el ser que se identificó como un trikobs, una variante de los elfos, le dio una prueba de que su existencia era real. Le dijo que tenía que cumplir una misión, por lo que le pidió que se acercara a una mujer que asistía al seminario, y que tenía dificultad para entender lo que allí se decía, ya que hablaba inglés. Cuando Pilar entabló contacto con ella, el trikobs le dijo que tenía un mensaje para la señora, así que tenía coger el bolígrafo, pues él la guiaría. A la velocidad del rayo, Pilar empezó a escribir, a través de escritura automática, tres palabras en perfecto inglés, y también dibujó un barco. La señora se echó a llorar, al comprender que era un mensaje tranquilizador de su hijo, un marine que había sido llevado a una zona donde tenía lugar un importante conflicto bélico. Fue entonces cuando confesó el motivo por el que había acudido al seminario. Había seguido las indicaciones de los elfos que vivían en el interior de un roble que tenía en la casa en la que habitaba durante su estancia en España.

La historia es mucho más compleja e impresionante, pues Pilar, siguiendo las indicaciones del trikobs, hizo posible que esta señora descubriera un cuadro oculto de la anterior propietaria de la casa, que había muerto, además de dar solución a ciertas cuestiones que le preocupaban en el otro mundo.

El ventolín asturiano

Graciela Miranda vive en Asturias y fue allí donde entró en contacto con uno de los personajes del folclore popular: el ventolín. Una tarde de verano, después de venir del mar, tuvo la sensación de pasar a otra dimensión: “es como si de pronto mis sentidos se confundieran, y aun despierta, pasara a otra realidad, como si mi espíritu y mi mente, a un tiempo, volaran a una realidad más cerca de mí de lo que pudiera imaginar nunca, y me vi en un bosque, muy verde, donde había un calor agradable, y un cielo totalmente azul”. De pronto se encontró con un ser de cuerpo delgado, con cara de niño bueno. Tenía un tirachinas en la mano y le tiraba pequeñas piedras. No hablaron, sólo jugaron. Graciela se sintió “parte de un todo, donde un eterno instante es presente, es pasado y es futuro, donde las cosas nunca acaban, y siempre están en constante movimiento”. Era la primera vez que se sentía absolutamente feliz, sin ninguna preocupación. El ser la invitó a jugar. No había nada más importante que el acto de jugar. El ventolín, tal como ella lo denomina, llevaba su cabeza descubierta, “con su pelo rojo cortado como los Beatles, pecas en su dulce carita. Tendría un metro treinta o metro cuarenta, pantalones grises, camiseta blanca y algo que me llamó la atención, tenía tirantes puestos, que en cada momento uno de los lados se caía”. En ese extraño lugar tuvo la sensación de que el tiempo era eterno y ambos, la mujer y el ventolín, estaban rodeados de mariposas de hermosos colores.

Graciela tiene notables facultades psíquicas, avaladas por muchas otras experiencias que ha vivido a lo largo de su vida. Su madre también tiene la capacidad de ver a seres mágicos. En Argentina, cuando era una niña de apenas 8 o 9 años, vio a unos duendes en un campo sembrado de maíz. Los vio con su ropita de colores, rojo y verde, y se cubrían con sombreritos. Iban montados en pequeños caballos, de igual tamaño que ellos. Sencillamente la miraron y sonrieron.


Un caso singular de encuentro con seres mágicos es sin duda el protagonizado por la argentina Liliana Graciela Chelli. Desde muy pequeña veía a los duendes y apenas si lo contaba, pues cuando lo hacía no tenía más que problemas: “Yo jugaba con tres seres muy luminosos, eran chiquitos y graciosos, no les tenía miedo y ellos fueron mis acompañantes en todo, conversaba con ellos y me enseñaban a jugar, hacer cosas insólitas, como trepar árboles, vivir en una rama, columpiarme a modo de no dañar el árbol, a jugar con piedras y con agua... y un detalle más, era afín a todo lo que brillaba...”. Por contar todo esto con la mayor naturalidad la quisieron llevar a que la viera un médico o un psicólogo. Como ella misma dice, se convirtió en “la oveja negra de la familia”. Esto le hizo ser más prudente a la hora de hablar con ellos: “De chica siempre jugué con duendes verdes, marrones, algunos buenos y otros no tanto. Me hacían llorar, me pellizcaban, me escondían los juguetes… y cuando lo contaba, nadie me creía, se reían mucho y me llamaban fabulera, o que tenía mucha imaginación. Un duende me dijo una vez que yo lloraba mucho, que no me haga problemas por ellos, ya que no lo entenderían mucho, porque eran grandes y los grandes son muy complicados, que esa amistad era sólo nuestra y que así tenía que ser”.

En esa infancia de soledad e incomprensión estuvo a punto de morir varias veces. En cierta ocasión, un coche pisó un adoquín y éste salió despedido contra su cabeza. La llevaron urgentemente al hospital y le dieron muchos puntos. Su vida llegó a peligrar. Sin embargo se sentía tranquila, porque estaba acompañada por los duendes. Estaban por todas partes y se mostraban muy preocupados. La cuidaban, la protegían y era tan cercana su presencia que los recuerda en esos terribles momentos con más detalle que a sus propios padres.

Cuando le pregunté cómo son los seres que ve me respondió: “Les veo colores, algunos son marrones, como la tierra, creo que hasta se mimetizan con ella. Otros son más naranjitas. Esos son bravos. Creo que demasiado traviesos y malitos: se pelean mucho con los otros. Hasta te podría decir que no quieren a la raza humana, son desconfiados. También he visto verdosos, éstos son rebuenos, cálidos y comprensivos. Tienen tanta sabiduría… Una vez vi uno alto, casi de un metro, muy, muy flaco. Corría de un lado para otro y su nariz era predominante. Me hacía reír. La boca era grande. Hasta creo que tenía dientes, pero verde...”.

Liliana es muy conocida en Argentina como habitual colaboradora de todo tipo de medios de comunicación, de prensa escrita, radio y televisión. Su máxima ilusión y a la que le dedica gran parte de su trabajo y de su vida es divulgar con rigurosidad y honestidad la existencia de los elementales. Utiliza todos los recursos a su alcance, escribiendo sobre ellos y aportando todo su conocimiento a través de numerosas entrevistas que concede a los más importantes medios de comunicación de Argentina.

Llegó incluso a asesorar al equipo de la popular cantante brasileña Xuxa, trabajo que compartió con Jesús Callejo. Ambos viajaron a Brasil para participar en una rueda de prensa con Xuxa, quien dio a conocer su interés por hacer una película sobre seres mágicos, contando ante las cámaras de televisión que ese proyecto estaba motivado porque ella había visto dos criaturitas cuando era niña.



Niños salvados por seres mágicos

Entre los casos investigados por Liliana están aquellos que tienen que ver con “el hombrecito de la selva”. Uno de ellos sucedió en los límites de la llamada selva misionera, en un lugar de difícil acceso, a unos 220 kilómetros de Posadas. Durante unas 22 horas los oficiales encargados del rescate de un niño peinaron la zona intentando dar con el pequeño, de tan sólo cinco años de edad, que estaba desnudo y sin haber comido nada en más de veinticuatro horas. En esta búsqueda participaron bomberos, el vecindario y la policía.

El niño apareció en un paraje frondoso, entre la densa vegetación llena de espinas, hasta el extremo de que fue necesario emplear una máquina para abrirse paso entre la maleza. La gente que participó en el rescate no podía dar crédito a lo que veía. El niño estaba sano y salvo, a pesar de que estaba desnudo, y declaró algo sorprendente: “un hombrecito me salvó”. Cuando los oficiales le preguntaron por la misteriosa criatura, el niño les dijo: “allí está, ahí, ahora se ha ido”, mientras señalaba un espeso árbol. Es sorprendente que a pesar del medio hostil en el que se encontraba, de pasar una fría noche completamente desnudo, no tuviera el más mínimo síntoma de hipotermia o de falta de alimentación. Este suceso tuvo lugar muy cerca del parque nacional Salto Encantado, donde son frecuentes las historias relacionadas con criaturas que por la noche visitan a los niños mientras duermen o los salvan de una muerte segura.

En otra ocasión Liliana entrevistó a unas niñas en Moreno, en la provincia de Buenos Aires, que se habían encontrado, durante su estancia en un campamento, con un extraño ser que iluminaron con la linterna en la espesura. Según la descripción era diminuto, viejo, feo e iba vestido con una gorra colorada. Tenía la boca muy grande y les miraba desde un árbol.

Algunas historias de encuentros con duendes son más truculentas, como la que ocurrió en la localidad de Colonia Liebig, en Corrientes.

Luciana E., de trece años, y su prima Mónica A., de quince, presentaron en compañía de sus familiares una denuncia en la comisaría de Apóstoles, explicando que estaban muy cerca del colegio provincial Antonio Biale cuando algo hizo que perdieran la noción del tiempo y del espacio. Cuando recobraron el conocimiento estaban sobre la vía de ferrocarril y el tren se les venía encima. Afortunadamente consiguieron escapar, pero según confesaron, vieron que un duende las observaba. Era un pequeño hombrecito, vestido con capa roja (desde el cuello hasta el suelo), y se cubría la cabeza con un gran sombrero amarillo. No saben cómo llegaron hasta la vía, pero sí recuerdan que antes de perder el conocimiento iban hablando de la leyenda de “el Pombero” (que se extiende por todo el continente americano), en la que no creían, a pesar de que se comentara tanto en sus casas.

Los testimonios traspasan todas las fronteras. El mexicano Manuel López Fierro, Ikxiocelotl, Garra de Jaguar, que encabezó la misión de recuperación de tres cabezas olmecas como arqueólogo, se transformó en chamán por la influencia de los chaneques, los “habitantes de las aguas” (ver Año Cero nº 148). Son duendes que según la tradición guardan sus tesoros y el maíz en cuevas y llevan en sus manos haces de rayos con forma de serpiente. Su piedra favorita es el jade y les encanta la pirita y el cuarzo. Les gustan especialmente las mujeres y los niños, que son llevados por sus poderes mágicos a lugares ocultos, en el interior de una ceiba, y no pueden ser encontrados por más que sean buscados. Cuando aparecen de nuevo son incapaces de recordar dónde han estado. Aquellos que viven en estos lugares se protegen de los chaneques utilizando amuletos protectores como las cruces de palma, el “ojo de venado” y poniéndose la camisa del revés.

Uno de los estremecedores testimonios de estos secuestros me fue contado en primera persona por un ciudadano boliviano, que afortunadamente fue rescatado, siendo un niño todavía, en una cueva situada en lo alto de una montaña a la que físicamente le hubiera sido imposible llegar por sus propios medios.

También en México, la danzante conchera y sahumadora, Lolita Vargas, ha vivido infinidad de encuentros con los gnomos vinculados a los lugares sagrados. Tiene la plena certeza de su existencia como guardianes de legados ocultos, que preservan la energía de los santuarios de las civilizaciones ancestrales.

Ésta es una mínima parte de los testimonios que he ido encontrando durante años. Sin duda que estos entrañables y misteriosos seres, a pesar de lo que creamos o dejemos de creer sobre ellos, van dejando su rastro...

















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